He decidido apagar mi celular y se siente extremadamente bien. A veces el solo hecho de saber que nadie me puede encontrar hace mi existencia más tranquila. Hoy me encierro en mi cuarto, no quiero ver a nadie o de pronto por momentos siento que si. Los gritos de pasión del cuarto del lado me irritan. Tal vez solo porque me recuerdan mi estado solitario. Pero no puedo salir de este estado, que a diario presiona contra mí. Entrar a mi cama helada y soñar con caricias no reales. Hoy he apagado mi celular. No quiero hablar con nadie o de pronto simplemente no quiero entrar en conciencia de que nadie quiere hablar conmigo. Ya no existe esa posibilidad o al menos no lo se. Solía disfrutar enormemente de los viernes, siempre expectante de lo que fuera a suceder. Ahora todos los días son iguales. Las horas cargadas de tedio y falta de ocupación abruman mi ser. Quisiera apagarlo todos los días, desaparecer entre el tumulto y bullicio de esta ciudad suicida. Hoy caminaba por la séptima escuchando música en uno de esos aparatitos; escuchaba y miraba a mi alrededor convencida de que mi vida era ahora una película con música de fondo. Caminaba distraída, cuando un hombre viejo, ya con barba blanca se cruzó en mi camino. Me miraba como si me conociera y yo por mi lado lo miraba tratando de descifrar quien era. Por cinco segundos bloqueó mi camino y me dijo algo que no escuche. Después se movió a un lado y yo continué mi trayectoria. Quizás me invito a unirme a su desesperado intento por abandonar la soledad. Quien sabe.
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