Ella está soñando, abraza con fuerza una almohada vieja, de sus ojos salen unas lagrimitas tiernas y resignadas. En el sueño no está sola. Está rodeada de todos los que la quieren. Caminan por una calle justo en el momento en que el sol se esconde.
Ella espera en su sueño, espera a que esa figura difusa aparezca a su lado. Abraza la almohada con más fuerza, como queriendo obligarla a que transforme sus sueños. Ella desea que aparezca esa figura; que venga y la tome de la mano, la abrace y no la suelte más.
Todos a su alrededor ríen, dicen que van para la casa de alguno de ellos, que van a tomar un trago. Ella ríe pretendiendo ser feliz con todo lo que tiene y llora sabiendo que todo eso ahí presente carece de lo que ella más desea en el mundo.
"Vamos nena, vamos ya" le dicen y ella echa una última mirada haber si de pronto se aparece su fantasma.
Atraída por la almohada ya húmeda, ya desinflada, ya expectante, baja de un puente la sombra esperada. Baja y en cada escalón se transforma en pies, manos, pecho, pelos y piel. Baja el último escalón y la mira. La almohada se llena de aire nuevamente, se secan las lagrimas derramadas, ahora puede dormir tranquila.
Él sonríe con la honestidad que solo puede existir en sueños. Sonríe y aunque ella espera que se acerque, él da la vuelta y se aleja. La escena de esa espalda despidiéndose se demora la eternidad de un sueño convertido en pesadilla, de una esperanza destrozada, de una almohada que se convierte en asfalto.
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